Se me escapan las caricias de las manos cada vez que rozo tu piel, y beso con premura cualquier palabra que sale de tus labios antes de que te des cuenta de haber hablado. Sin embargo, me contengo los latidos cuando estás a menos de un metro de mí, por no escupirte el corazón encima, por miedo a manchar de sangre un pecho que no soy capaz de llenar con mis innombrados te quieros.
Es complicado determinar cuando se rompió el mecanismo que me permitía vivir lejos del calor de otro cuerpo, ahora sólo sé que me congelo cada noche que no paso empapada en sudor y saliva. Que quiero retorcerme contigo entre mis piernas, una noche sí y otra no, para no acostumbrarnos a la rutina de lo placentero. Elucubrando una noche la anterior y la siguiente, soñando el próximo orgasmo como la secuela más dulce.
Lo patético es saberme soñando sola, con tus dedos acariciando los sueños de otra. Será por eso que me dejo llevar por otras drogas, sudando y babeando sobre cuerpos sin calor, hundida en mi cama tan fría y soñando... Con tu cuerpo y tu calor: sudor y saliva.
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