Sugiero que recordemos aquel instante de fuego, aquella noche encendida a base de besos. Que rememores los segundos que precedieron a la tormenta y al tornado que nos unieron en el pecado.
Besos inocentes que ansían otra piel y otros labios, caricias disimuladas que auguran el suave tacto de lo que escondemos bajo el manto de la vergüenza, miradas perdidas buscando afirmaciones suicidas... Y tirarme de cabeza...
Abrazarte con mis piernas tan fuerte como si fuera la última noche de nuestras vidas, perder la cabeza un instante sintiéndome jinete del Apocalipsis sobre tí. Volverme loca, rogar el final para desear parar el tiempo en ese preciso momento en que los gemidos dan paso al espasmo que recorre cada partícula de nuestros cuerpos. Y caer en lo más profundo del infierno con una sonrisa en los labios.
La carne es débil...
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