viernes, noviembre 23, 2007

Hamlet

Amanecía, pero para ella el mundo siempre iba de otra forma, para ella estaba anocheciendo, para ella ya no había ningún sol que pudiera tocarla con sus rayos. Ya no.
No había un motivo preciso, ni varios, lo más parecido a un motivo que tenía era su locura, sus lágrimas, sus gritos de dolor, la presión en su pecho...
Tendida mirando a nada entre las lágrimas recitaba:

Ser o no ser, esa es la cuestión,
si es más noble soportar las flechas y pedradas de la áspera fortuna,

o armarse contra un mar de adversidades y darles fin en el encuentro.

Morir, dormir: Nada más.

Y si durmiendo terminaran las angustias
y los mil ataques naturales herencia de la carne

sería una conclusión seriamente deseable.

Morir, dormir. Dormir, tal vez soñar.

Sí, ese es el estorbo,

pues qué podríamos soñar en nuestro sueño eterno
ya libres del agobio terrenal

es una consideración que frena el juicio
y da tan larga vida a la desgracia.

Pues quién en su sano juicio aguantaría

el desmán del tirano, la afrenta del soberbio,
las penas del amor menospreciado...


Recordaba el monólogo de Hamlet desde los 13 años, cuando leyó tantas obras de Shakespeare y se maravilla aún teniendo que leer varias veces alguos fragmentos para entenderlos. Ahora comprendía que se equivocó, porque en ese amanecer supo de verdad lo que significaba Hamlet, se sentía de verdad una Hamlet desquiciada. Comenzaba a tener alucinaciones mientras recitaba hasta que en una frase paró.


... pudiendo cerrar cuentas uno mismo con un simple puñal...

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