jueves, julio 14, 2005

Carta desde mi celda IV

Hoy pasé la mañana en el jardín. M. me obligó a salir, se negaba a dejarme seguir haciendo guardia, y al fin cedí cuando me pidió que acompañara a la nueva para animarla.
Hacía una mañana bastante bonita pero demasiado calurosa para mi gusto, así que Cris y yo nos sentamos en el césped a la sombra y nos quedamos mirando el cielo a través de las hojas de los árboles. Era una sensación de paz que no sentía hace demasiado tiempo.
Cerré los ojos para mirar al revés, es decir, hacia dentro. Vi mi pasado y mi presente, mis recuerdos... algunos habían sido dolorosos pero ya no dolían apenas, otros aún me resultaban extraños, es como si mi mente intentara vomitarlos, expulsarlos para siempre.
Comencé a sentirme relajada y a dormirme pensando en tu mirada cuando Cris se acercó y me susurró al oído "no te duermas, tengo miedo, no me dejes sola...". Abrí los ojos lentamente y vi su mirada triste y asustada rogándome. La tomé la mano y la tranquilicé hasta la hora de la comida, mientras me preguntaba por otros pacientes.

-¿Qué le pasa a aquel hombre?- dijo Cris señalando a un hombre mayor, bajito y de cara redonda y amable que iba saludando a la gente y preguntándo a todos por su familia como si les conociera y llevase años sin verlos.
-Ese es Francisco- respondí- vivía en un pueblo y tuvo que mudarse porque le embargaron por culpa de un hijo, un bala perdida. Se metió en un piso pequeño de un barrio céntrico de Madrid. Allí nunca tuvo el valor de salir y un día sus vecinas llamaron a la policía preocupadas. Le encontraron demacrado, sucio y sin haber comido apenas en una semana. Tuvo depresiones y al llegar aquí creyó haber vuelto al pueblo.

Así le fui relatando algunas historias más. Me hizo preguntarme qué hubiera respondido si me hubiera preguntado por tí. En realidad ni tú ni yo conocemos nuestra historia, seguro que es mejor así, una vez aquí ya no importa el pasado. Ya sólo importa que estamos aquí. Pero tú ahora no estás aquí...

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