Estaba sola en su cuarto, en su casa, era verano en Madrid y había descendido considerablemente el ruido, la gente y los problemas de aparcamiento. Miró por la ventana y vio asomar al sol, le gustaba tener vistas al amanecer, sin embargo, éste no le reconfortaba. Normalmente con el amanecer llegaba el reposo y la calma que tanta falta hacen para descansar. Pero aquel día no, aquel día tenía la sensación de haber perdido algo importante sin saber de qué se trataba.
Se tumbó a leer a Poe, esperando que Morfeo viniera a visitarla entre letras y sábanas negras. Cambió de postura buscando el sueño tantas veces que por poco confundió la cabeza con los pies. Pensó en cerrar los ojos sin más y esperar, pero la sola idea de pasar minutos, quizás horas esperando sin más la llenaba de angustia.
Decidió entonces salir a pasear aprovechando la agradable temperatura y la escasez de gente. Y fue entonces, mientras se estaba vistiendo, cuando volvió con más intensidad aquella sensación de pérdida y advirtió que le faltaba en el bolsillo aquel papelito donde ponía quien era. ¿Y cómo saber entonces? Había perdido a su familia y amigos, había perdido sus metas, sus éxitos y sus fracasos, su pasado y su presente, había perdido hasta su nombre, había perdido su vida. Y, claro, se asustó y cayó derribada en el suelo sin saber qué hacer.
Cuando volvió en sí ya había amanecido de todo y la luz del sol iluminó su sonrisa. Sonreía porque no necesitaba el papelito, vio ante sí su futuro y no le hacía falta escribirlo en ningún papel. Por fin se sintió aliviada, se tumbó de nuevo y tuvo el primer sueño de su vida.
1 comentario:
al final, la esperanza
un abrazo
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