Estoy feliz, extrañamente feliz. No es una felicidad absoluta, es esa felicidad que se siente cuando ya no esperas nada de nadie, cuando te cansas de luchar y simplemente te dejas llevar por la vida.
Se me han acabado las ganas de luchar por otros, de esforzarme lo más mínimo por mantenerlos a mi lado. Ya solo estará a mi lado quien, como yo, no espere nada y se atreva a dar y recibir cuando surga sin más, sin pensar, haciendo lo que uno siente porque sí, porque le apetece.
Hoy he decidido que hablaré cuando me apetezca y no sólo porque alguien espere mis palabras, que lloraré aunque sea inapropiado y gritaré y me reiré a carcajadas cuando tenga ganas, y abrazaré a quien me apetezca y sonreiré a aquel extraño que te dirije una breve mirada en el metro. Y te besaré en los labios cuando quiera, sólo porque quiero saber a que saben.
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